Cuando el hombre entre al baño y vuelva a comenzar la vida solo, en la madrugada de la indiferencia, sin querer ninguna mañana más; cuando, contra la costumbre, mire su imagen en el espejo mientras se afeite, verá sus ojos inyectados de sangre por la resaca del lunes. Pensará: «Tengo el aspecto de un cerdo y soy tan estúpido como un cerdo» y saboreará la frase. La repetirá en voz alta entre las paredes resonantes del baño hasta que, sin querer, el eco lo convenza, como reflejo oxidado de Narciso, y cercenará su cuello con la cuchilla para afeitar.

En Pliego 16 , Nº 23, año IV, febrero-septiembre, 2018.