Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo

Ciertos días quisiera gritar “basta, ya no juego”. No es un paraíso perdido esta patria: la infancia donde jugábamos a matar y morir al salir de la escuela. Y sin embargo, de adultos todavía tenemos la garganta y los labios resecos de tantas risas por aquella guerra.  Tras la hora de la comida, recuerdo extender laSigue leyendo «Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo»

Tristeza de segunda mano

¿Qué tan triste estoy en realidad? Sólo uno de mis ojos llora. Lydia Davis No sé bien por qué, pero desde hace tiempo me es imposible llorar. Me cuesta trabajo tenderme sobre la cama y abrirles las compuertas a las lágrimas. Ya he intentado toda clase de remedio, desde golpearme el dedo pequeño del pieSigue leyendo «Tristeza de segunda mano»

VI

—¿Hace cuánto nos habrán dejado? —preguntó José Luis, acaso el más sereno de nosotros. —Supongo que desde que entramos al banco de niebla. —¿Creen que regresen por nosotros? —preguntó un extranjero de entre la multitud. José Luis volteó a verme. Negué disimuladamente con la cabeza. Miró al resto de los Oficiales en busca de unaSigue leyendo «VI»

V

Éramos decenas, amontonados contra nuestra voluntad como marranos en un rastro. Aun así llegamos a creer vagamente en las palabras del Capitán. Durante un tiempo, los botes escoltaron a la Santa, aunque sus tripulantes evitaban voltear hacia la embarcación mientras remaban. Horas más tarde atravesamos un banco de niebla y poco después dejamos de avanzar.Sigue leyendo «V»

IV

—¿Señor, qué hacemos? —pregunté—. Los botes se hundirán con tantas personas a bordo. —Samuel tiene razón, esto no va a funcionar —secundó el Mariscal Andrés.  Fue entonces que el Capitán decidió improvisar un plan. —¿Cuántos faltan? —preguntó. —Cerca de ciento cuarenta —respondió Ernesto, nuestro Merino. —Ustedes, corten las cuerdas de los mástiles y amárrenlas aSigue leyendo «IV»