Mi nombre es Manuel y no busco salvarme. A estas alturas es imposible. Es cierto: matarlo no me hará feliz, pero el mar tampoco podrá desatar el alma de mi cuerpo hasta que halle justicia. Me basta mientras …Seguir leyendo.
—¡Los idiotas! —vocearon unos borrachos que jugaban a las cartas cerca del calabozo. —¡Ahí vienen, ahí vienen! —gritaba otro par, con el mismo júbilo del infante que anuncia el arribo del …Seguir leyendo.
¡Rápido, rápido, más rápido! —gritaba el Capitán. La gente se amontonaba sin ningún orden alrededor de los pocos botes que habían sobrado tras la purga. —Ahí todavía caben dos. —¡Vamos, apresúrense! …Seguir leyendo.
—¿Señor, qué hacemos? —pregunté—. Los botes se hundirán con tantas personas a bordo. —Samuel tiene razón, esto no va a funcionar —secundó el Mariscal Andrés. Fue entonces que el Capitán decidió improvisar …Seguir leyendo.
Éramos decenas, amontonados contra nuestra voluntad como marranos en un rastro. Aun así llegamos a creer vagamente en las palabras del Capitán. Durante un tiempo, los botes escoltaron a la Santa, aunque sus tripulantes …Seguir leyendo.
—¿Hace cuánto nos habrán dejado? —preguntó José Luis, acaso el más sereno de nosotros. —Supongo que desde que entramos al banco de niebla. —¿Creen que regresen por nosotros? —preguntó un extranjero de entre la multitud …Seguir leyendo.