Si Borges hubiera escrito un cuento sobre un hombre que ha visto el infinito seguramente se llamaría “Iniesta”. R. Piglia
Maestro de los silencios ensordecedores; magazo capaz de sacar del sombrero a 11,000 bebés catalanes durante el 2010, rumoroso fantasmita con su mancha imborrable en el Canterville Nou, e incluso ¡Iniesta de mi vida!, como alguna vez gritó José Antonio Camacho en plena final del Mundial. Infinitos son los adjetivos para Andrés Iniesta Luján, quien se despidió de Barcelona un 20 de mayo del 2018.
Y es que quizá el de Fuentealbilla sea el único jugador de la historia capaz de retroceder para meter un gol. Sabe que la música no sólo se compone de sonidos, que no se puede hacer una suite siempre yendo hacia adelante. Iniesta entiende que la música y el futbol se componen también de silencios. Que para componer una obra de arte a veces hay que dar un paso atrás en lugar de correr a toda velocidad hacia el balón como haría cualquier otro. En otras palabras, podríamos decir que su futbol es tan vanguardista como una pieza de John Cage: una obra casi incomprendida por su tiempo.
Por esta misma razón la revista France Football, en su misión de ser limpia, fija y de darle esplendor al balompié, jamás le otorgó el Balón de Oro. Y sin embargo, a la fecha cuesta encontrar a alguien que deje sentados a los defensores con la gracia que él tenía. Amablemente, el espectador observa sus jugadas y al final de cada una piensa que aquello fue un truco. Ante el efecto de apariencia maravillosa que desprenden, uno no sabe si aplaudir o esperar a que continúe con otro movimiento inexplicable.
Desde que era un chiquillo la vida ha sido un partido de futbol sin fin para Iniesta. Pero eso nunca es suficiente para llegar a ser un genio operístico ni mucho menos un líder en la cancha. Es verdad que hoy día difícilmente encontraremos a un futbolista, a un director de orquesta o a un capitán que ni griten ni echen broncas. Más difícil es encontrar a uno que jamás haya sido expulsado de un partido. Pero si Andrés se convirtió en un capitán icónico del club blaugrana fue porque simplemente es un líder natural, un líder silencioso, como dice Xavi Hernández.
El mismo manchego lo ha confesado, él mismo ha marcado el compás. «Hay que aguantar, aguardar el momento exacto. Tú mandas en ese momento. Allí sólo mandaba yo”, comenta en sus memorias. Y uno pensaría que habla de algún concierto que dirigió en el Barbican Centre de Londres hasta que menciona: “el balón era la manzana de Newton. Yo, por tanto, era Newton. Sólo tenía que esperar a que la ley de la gravedad hiciera bien su trabajo. Mandas porque controlas el movimiento, la altura, la velocidad del balón y, por supuesto, la altura de la pierna. En ese silencio previo al concierto eres el único que puede dominarlo todo”.
Con esto es imposible no pensar en los dos goles más famosos que compuso durante su carrera, ambos precedidos por un paso hacia atrás, por un silencio. El primero fue en Stamford Bridge en 2009 contra el Chelsea. Un gol que al final valió una Champions. En esa ocasión el silencio fue tan profundo que no bastó con gritarlo en Inglaterra. Esa euforia debía continuar de alguna manera. Y así fue: después de aquel gol decisivo para el sextete del F.C. Barcelona, llegó un silencio más profundo que aquél frente a la meta defendida por Petr Čech. Un silencio que nueve meses después rompería en el llanto de 11, 000 bebés catalanes recién nacidos que, más que llorar, parecían continuar con la euforia de aquella noche inglesa.
Pero Iniesta no sólo marca goles capaces de aumentar hasta un 16% las tasas de natalidad en Cataluña, como señaló un estudio en el British Medical Journal. Siguiendo la famosa frase del sordo Beethoven, el manchego sólo rompe el silencio para mejorarlo. En el Mundial de Sudáfrica, por ejemplo, dio un paso hacia atrás con el cual el mundo avanzó en cámara lenta. “Es difícil escuchar el silencio —dice—, pero en ese momento escuché el silencio y supe que el balón iba dentro”. Fue entonces que supo que aquel grito de gol rompería no sólo el mutismo de toda la península expectante frente a la televisión. Iniesta sabía que también quebraba acaso el silencio más profundo que existe. Con aquel paso interpretó, cual Orfeo, un gol al minuto 116 con el que le arrebató a la Muerte por un instante a su entrañable amigo, pues pudo mostrar para el planeta entero aquella playera blanca de tirantes que decía “Dani Jarque siempre con nosotros». Suficiente para grabar, junto a su nombre y al de España, un pequeño trozo de Daniel.

En Pliego 16 , Nº 24, año IV, septiembre 2018 – febrero 2019.