Anoche sorprendí a mi hijo recortando estrellas.
Había olvidado hacer la tarea:
llevar a clase una monografía de la bóveda celeste.
Tenía en el piso una gran cartulina para hacer el cielo.
Salimos al patio para copiar las constelaciones,
pero era una noche nublada.
Con lo poco que teníamos a la mano empezamos a imaginar su forma:
Cáncer debía ser, como su abuelo, la más grande;
Capricornio, como yo, robusto y hasta tosco sin querer;
Leo, la más radiante.
Colocamos cada estrella con cuidado para no derramar el pegamento.
A la tarde siguiente, mi niño salió de la escuela
con un citatorio del maestro colgándole del cuello:
Su hijo es un embustero y no hizo la tarea.
Llegamos a casa con la mirada caída,
colgamos en el techo de su cuarto nuestro álbum familiar
y aprendimos que construir un cielo
hoy en día no amerita un diez.
En Punto de partida «Trece poetas (1990 – 1998)», Nº 201.
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